¡Hola Chicos!
Lo siento muchísimo, se que deje de publicar ya hace 4 meses y en mi defensa diré que tenia sobrecarga por parte de la escuela... Lo siento de verdad, pero prometo no faltar de ahora hasta agosto, que es cuando tengo vacaciones, de ahí en mas ya veremos. :D
En estas épocas donde estamos locos por parciales, finales y ademas (como si no fuera suficiente) hay periodo de elecciones, creemos que vamos a explotar por tantas presiones. Tranquilos: las cosas mas estresantes son las mas satisfactorias al final, así que no se compliquen y respiren, lean, escuchen música y después otra vez a darle. Esa es la formula de los finales, así que no se les olvide.
En esta ocasión les trago un texto que escribí ya hace tiempo y que esta teñido de rencor y expectación, titulado LA NIÑA MAYA. Me gusta pensar que alguno que otro de mis relatos nace y crece en mi subconsciente y que están fundamentados principalmente en frases de profesores, compañeros, conocidos y familia. En general este relato me gusta mucho, por que tiene una narrativa que cambie el tiempo al presente, aunque sabemos que ocurri en el pasado, pero al leerla completa y después de un tiempo de haberla olvidado, me di cuenta que este relato en especifico tiene tintes patrióticos que bien podríamos aplicar a la realidad que vivimos actualmente. Dejo en sus manos el relato La Niña Maya, ya que son ustedes los mejores jueces que yo pueda encontrar.
El presente es tan gris, tan solido, tan real; sabemos que hubo un tiempo en el que los hombres veían, sentían y morían de maneras muy distintas... El paso de los años nos arrasa y se lleva los mas firmes recuerdos que tenemos; aveces me pregunto si es eso lo que nos obliga a caer en los mismo errores, en los mismo abismos. Mi pueblo, tu pueblo, su pueblo, realmente no existen, pues es la concentración de todos lo que nos hace uno y la denominación correcta del mismo es Nuestro pueblo. Existe una sabia frase que nunca olvido "El que no aprende de su historia esta condenado a repetirla" Y sé, por la realidad de nuestro país, que nosotros nos hemos condenado en muchas ocasiones; sin embargo, aun tengo la certeza y la firme esperanza de que al menos uno estará aprendiendo para nunca mas olvidar.
La Niña Maya
Desperté
hace poco, mis ropas rotas y viejas, mi
cabello alborotado y largo, mi piel
reseca y sucia, manchada aun de barro rojo por la sangre derramada de mi
pueblo. Desperté en el fondo de un cenote,
abrumada por la oscuridad, con
los recuerdos aun frescos en mi memoria…. Hombres con palos raros que
disparaban metal; llevaban sus cuerpos
forrados de hierro y tela… Hablaban en otra lengua, una cruel y maldita lengua
que no conocía… Mi madre en el suelo, llorando sobre el cuerpo de mi hermano
pequeño, muerto con sus ojos grandes y cristalinos mirando las columnas de humo
de nuestra choza en llamas. Mis hermanos corriendo; unos con valor, tratando de
protegernos de los hombres barbudos; otros, buscando a nuestro padre, que fue
uno de los primeros en correr a la batalla, anticipándose al ataque. La
abuela…Sijtli…. ¿Dónde estaba la abuela? Con sus ojos cansados, con sus
cabellos plateados, su piel de pergamino, su voz profunda y sabia. La abuela no
puede correr, pues es demasiado vieja para eso. Sijtli… Las niñas están todas en un rincón llorando. Todas menos yo, que sigo paralizada por un
miedo y asombro perfecto que me impide mover siquiera los parpados.
Antes
de que ellos llegaran, tuvimos guerras: por el territorio, por la comida,
por la caza. Matamos y nos mataron. Nuestro pueblo tiene
las manos manchadas de tanta sangre como los demás, pero aun así no buscábamos
el exterminio de nuestros enemigos ni ambicionábamos lo imposible. Creíamos en
los dioses y en su manera de recompensarnos por nuestros aciertos, así como en
el castigo por nuestras faltas. Confiábamos en nuestros curanderos y brujos
para curarnos; respetamos la naturaleza
a nuestro alrededor, respetábamos las vidas que en nuestras cazas arrebatábamos.
Tal vez fue por eso que nos odiaron. Tal vez fue por eso que nos mataron.
Uno
de esos hombres se me acerca despacio con su cuerpo metálico chirriando por
doquier.
“¿Dónde
está el oro?” pregunta con un tono de voz que surge de sus asquerosas entrañas
insensatas, acompañadas por su peste a codicia. No le respondo, me quedo ahí,
asombrada de que hablen un idioma tan raro, uno que no parece nuestro, que no
lo es. Al ver mi negativa, el hombre me toma por los cabellos y tira lejos,
justo hacia los arbustos que mi hermano con tanto amor y paciencia cultivaba.
Bajo mi peso, las plantas se aplastan, y unas pequeñas ramas se entierran en mi
fina y morena piel. Boca arriba en la tierra húmeda, veo como espirales de humo
suben y suben al cielo, provenientes de
la hoguera en la que transformaron mi hogar: un hombre a caballo con una
antorcha pasa por entre nuestras los senderos, quemando con ella cada una de
las chozas que nuestro pueblo con tanto empeño levanto, chozas que nos costaron
sudor y sangre. Mi pueblo grita. Mi
pueblo grita y gime, llora y muere y ellos solo piensan en oro. En el maldito
oro. En un ataque de rabia me levanto, cojo la roca filosa que hay a mis pies y
corro… Corro directo hacia uno de aquellos hombres que en esos momentos pisotea
a una pobre mujer que ya no puede con su
alma. Corro y con un grito sobrenatural y obsceno le clavo la piedra en la
nuca, que carece del metal que lo protege. ¡Tajtsin!… ¡Nantli!... Iknitl… Uno
tras otro, mis golpes hacen que casi cercene la cabeza del hombre barbudo, que
solo suelta gritos ingratos para tratar de soltarse de mí. Al final cae sobre a
tierra en un tremendo charco de sangre
sobre el cuál sigo golpeando su cuerpo inmóvil mientras repito en un
llanto desesperado: Tajtsin, Nantli, Iknitl…
Que fue de ustedes, que me dieron valores y obligaciones, alegrías y
amor, que me dieron todo lo que estas bestias destruyeron. ¿Así qué buscan oro?
¿Acaso el oro está dentro de nuestro cuerpo, oculto en el corazón, como para
que nos maten por él? ¿Qué de maravilloso tiene el oro? Nuestro pueblo bárbaro
también lo aprecia, y pelea por él, más aun así, no mata inocentes con esa cara
de repugnante codicia que ustedes tienen. ¡Abuela, abuela! Aquí está tu hija amada, con
el agua salada de su cuerpo corriéndole por el rostro y la sangre escarlata del
perpetrador inundando tu patria. Mira, Padre, a tu descendencia muerta que a
duras penas puede luchar por su vida, si es que aun la tiene. Observa Madre,
como tomo venganza a los asesinos de tu hijo, que yace bajo tu protector cuerpo
muerto a tiros. Miren ustedes, a una tierna niña matando por para vivir,
viviendo para matar, mientras toda su familia está ya en un lugar lejano, fuera
del dolor y del sufrimiento.
Mis
manos tienen un tinte rojo y grandes cortadas que la misma piedra ha hecho,
pero mi extenuada mente no las ve y mi cuerpo no las siente; sigue golpeando el
pedazo de carne al que se ha reducido el hombre. Ya solo mi obstinada furia puede mover mi
cuerpo y es por eso que no veo venir al hombre rubio que asombrado por mis
acciones me toma por el cabello.
“¿Qué
has hecho salvaje?” Dice con un hilo de voz y me abofetea furioso en la cara, dejándome
inconsciente al instante, alejando todo a mí alrededor de una manera rápida,
hundiéndome en una bruma de oscuridad e incertidumbre. Mi abuela me dijo una vez que la muerte huele
fresco, que huele a tierra húmeda y arbustos mojados, que no le tuviera miedo
de ella, porque sería para llevarme a un
lugar mejor. Mi abuela mentía. O no sabía de la muerte, porque yo solo pude
oler humo, azufre, metal y sangre, mucha sangre, cuando mis ojos se abrieron
lentamente en medio de este cenote negro y profundo.
Ahora, en medio de la oscuridad, sé que me
tomaron por un cadáver, que no sintieron mi tibieza, que no notaron que aun
respiraba. Dejaron caer a todas las víctimas
en nuestro cenote sagrado, ignorando que yo aún vivía, la asesina de uno de sus
hombres. Estoy encima de los cadáveres,
sintiéndome Ah Puch, sintiéndome dios de muertos. El hedor de los cuerpos
corruptos por la descomposición es insoportable; sus rostros, también. No sé si
es un castigo divino por no morir, pero es aterrador ver las caras de mis
vecinos, antes sonrientes y agradable,
ahora trastornadas en muecas de
sufrimiento y pena eterna. Mi madre ya está aquí, con mi padre y mi hermano. Sé
que de algún modo me llaman a seguirlos. Me susurran quedamente “Atsintli… La
tierra se ha poblado de una maldad muy grande. Ven con nosotros… no te
abandonaremos, pues esta tierra está ya maldita y nada bueno saldrá para ti…
Atsintli, Gota de agua…Ven” Y sé que ellos tienen razón, que ya nada nos queda,
que ya todo me lo han quitado. Sé que de aquí no puedo salir, sé que de aquí no
querré salir a ver como esos hombres
siguen matando y robando lo que no les pertenece, destruyendo todo a su pasó,
dejando que la ambición los consuma como una llama consume la mecha de una
vela. Moriré en el cenote, velando a mis muertos, dándoles el luto que merecen,
mostrando el respeto a sus restos que no les mostraron sus asesinos en vida.
Moriré y a mi ausencia acudirá pronta la decadencia y consumirá nuestra tierra,
dejándola seca, estéril y pobre. Moriré
entre ellos, entre nosotros. Moriré para ellos.
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