Relatos, historias y cuentos.

sábado, 19 de mayo de 2012

La Niña Maya

sábado, mayo 19, 2012 Posted by Anil No comments
¡Hola Chicos!
Lo siento muchísimo, se que deje de publicar ya  hace 4 meses y en mi defensa diré que tenia sobrecarga por parte de la escuela... Lo siento de verdad, pero prometo no faltar de ahora hasta agosto, que es cuando tengo vacaciones, de ahí en mas ya veremos. :D
En estas épocas donde estamos locos por parciales, finales y ademas (como si no fuera suficiente) hay periodo de elecciones,  creemos que vamos a explotar por tantas presiones. Tranquilos: las cosas mas estresantes son las mas satisfactorias al final, así que no se compliquen y respiren, lean, escuchen música y después otra vez a darle. Esa es la formula de los finales, así que no se les olvide.
En esta ocasión les trago un texto que escribí ya hace tiempo y que esta teñido de rencor y expectación, titulado LA NIÑA MAYA. Me gusta pensar que alguno que otro de mis relatos nace y crece en mi subconsciente y que están fundamentados principalmente en frases de profesores, compañeros, conocidos y familia. En general este relato me gusta mucho, por que tiene una  narrativa que cambie el tiempo al presente, aunque sabemos que ocurri en el pasado, pero al leerla completa y después de un tiempo de haberla olvidado, me di cuenta que este relato en especifico tiene tintes patrióticos que bien podríamos aplicar a la realidad que vivimos actualmente. Dejo en sus manos el relato La Niña Maya, ya que son ustedes los mejores jueces que yo pueda encontrar.

El presente es tan gris, tan solido, tan real; sabemos que hubo un tiempo en el que los hombres veían, sentían y morían de maneras muy distintas... El paso de los años nos arrasa y se lleva los mas firmes recuerdos que tenemos; aveces me pregunto si es eso lo que nos obliga a caer en los mismo errores, en los mismo abismos. Mi pueblo,  tu pueblo, su pueblo, realmente no existen, pues es la concentración de todos lo que nos hace uno y la denominación correcta del mismo es Nuestro pueblo. Existe una sabia frase que nunca olvido "El que no aprende de su historia esta condenado a repetirla"  Y sé, por la realidad  de nuestro país, que nosotros nos hemos condenado en muchas ocasiones; sin embargo, aun tengo la certeza y la firme esperanza de que al menos uno estará aprendiendo para nunca mas olvidar.

La Niña Maya


Desperté hace poco, mis ropas rotas y viejas,  mi cabello alborotado y largo, mi piel  reseca y sucia, manchada aun de barro rojo por la sangre derramada de mi pueblo. Desperté en el fondo de un cenote,  abrumada por la oscuridad,  con los recuerdos aun frescos en mi memoria…. Hombres con palos raros que disparaban metal; llevaban  sus cuerpos forrados de hierro y tela… Hablaban en otra lengua, una cruel y maldita lengua que no conocía… Mi madre en el suelo, llorando sobre el cuerpo de mi hermano pequeño, muerto con sus ojos grandes y cristalinos mirando las columnas de humo de nuestra choza en llamas. Mis hermanos corriendo; unos con valor, tratando de protegernos de los hombres barbudos; otros, buscando a nuestro padre, que fue uno de los primeros en correr a la batalla, anticipándose al ataque. La abuela…Sijtli…. ¿Dónde estaba la abuela? Con sus ojos cansados, con sus cabellos plateados, su piel de pergamino, su voz profunda y sabia. La abuela no puede correr, pues es demasiado vieja para eso. Sijtli…  Las niñas están todas en un rincón llorando.  Todas menos yo, que sigo paralizada por un miedo y asombro perfecto que me impide mover siquiera los parpados.
Antes de que ellos llegaran, tuvimos guerras: por el territorio, por la comida, por  la caza.  Matamos y nos mataron. Nuestro pueblo tiene las manos manchadas de tanta sangre como los demás, pero aun así no buscábamos el exterminio de nuestros enemigos ni ambicionábamos lo imposible. Creíamos en los dioses y en su manera de recompensarnos por nuestros aciertos, así como en el castigo por nuestras faltas. Confiábamos en nuestros curanderos y brujos para curarnos;  respetamos la naturaleza a nuestro alrededor, respetábamos las vidas que en nuestras cazas arrebatábamos. Tal vez fue por eso que nos odiaron. Tal vez fue por eso que nos mataron.
Uno de esos hombres se me acerca despacio con su cuerpo metálico chirriando por doquier.
“¿Dónde está el oro?” pregunta con un tono de voz que surge de sus asquerosas entrañas insensatas, acompañadas por su peste a codicia. No le respondo, me quedo ahí, asombrada de que hablen un idioma tan raro, uno que no parece nuestro, que no lo es. Al ver mi negativa, el hombre me toma por los cabellos y tira lejos, justo hacia los arbustos que mi hermano con tanto amor y paciencia cultivaba. Bajo mi peso, las plantas se aplastan, y unas pequeñas ramas se entierran en mi fina y morena piel. Boca arriba en la tierra húmeda, veo como espirales de humo  suben y suben al cielo, provenientes de la hoguera en la que transformaron mi hogar: un hombre a caballo con una antorcha pasa por entre nuestras los senderos, quemando con ella cada una de las chozas que nuestro pueblo con tanto empeño levanto, chozas que nos costaron sudor y sangre.  Mi pueblo grita. Mi pueblo grita y gime, llora y muere y ellos solo piensan en oro. En el maldito oro. En un ataque de rabia me levanto, cojo la roca filosa que hay a mis pies y corro… Corro directo hacia uno de aquellos hombres que en esos momentos pisotea a una pobre mujer  que ya no puede con su alma. Corro y con un grito sobrenatural y obsceno le clavo la piedra en la nuca, que carece del metal que lo protege. ¡Tajtsin!… ¡Nantli!... Iknitl… Uno tras otro, mis golpes hacen que casi cercene la cabeza del hombre barbudo, que solo suelta gritos ingratos para tratar de soltarse de mí. Al final cae sobre a tierra en un tremendo charco de sangre  sobre el cuál sigo golpeando su cuerpo inmóvil mientras repito en un llanto desesperado: Tajtsin, Nantli, Iknitl…  Que fue de ustedes, que me dieron valores y obligaciones, alegrías y amor, que me dieron todo lo que estas bestias destruyeron. ¿Así qué buscan oro? ¿Acaso el oro está dentro de nuestro cuerpo, oculto en el corazón, como para que nos maten por él? ¿Qué de maravilloso tiene el oro? Nuestro pueblo bárbaro también lo aprecia, y pelea por él, más aun así, no mata inocentes con esa cara de repugnante codicia que ustedes tienen.  ¡Abuela, abuela! Aquí está tu hija amada, con el agua salada de su cuerpo corriéndole por el rostro y la sangre escarlata del perpetrador inundando tu patria. Mira, Padre, a tu descendencia muerta que a duras penas puede luchar por su vida, si es que aun la tiene. Observa Madre, como tomo venganza a los asesinos de tu hijo, que yace bajo tu protector cuerpo muerto a tiros. Miren ustedes, a una tierna niña matando por para vivir, viviendo para matar, mientras toda su familia está ya en un lugar lejano, fuera del dolor y del sufrimiento. 
Mis manos tienen un tinte rojo y grandes cortadas que la misma piedra ha hecho, pero mi extenuada mente no las ve y mi cuerpo no las siente; sigue golpeando el pedazo de carne al que se ha reducido el hombre.  Ya solo mi obstinada furia puede mover mi cuerpo y es por eso que no veo venir al hombre rubio que asombrado por mis acciones me toma por el cabello.
“¿Qué has hecho salvaje?” Dice con un hilo de voz y me abofetea furioso en la cara, dejándome inconsciente al instante, alejando todo a mí alrededor de una manera rápida, hundiéndome en una bruma de oscuridad e incertidumbre.  Mi abuela me dijo una vez que la muerte huele fresco, que huele a tierra húmeda y arbustos mojados, que no le tuviera miedo de ella, porque sería  para llevarme a un lugar mejor. Mi abuela mentía. O no sabía de la muerte, porque yo solo pude oler humo, azufre, metal y sangre, mucha sangre, cuando mis ojos se abrieron lentamente en medio de este cenote negro y profundo.
 Ahora, en medio de la oscuridad, sé que me tomaron por un cadáver, que no sintieron mi tibieza, que no notaron que aun respiraba.  Dejaron caer a todas las víctimas en nuestro cenote sagrado, ignorando que yo aún vivía, la asesina de uno de sus hombres.  Estoy encima de los cadáveres, sintiéndome Ah Puch, sintiéndome dios de muertos. El hedor de los cuerpos corruptos por la descomposición es insoportable; sus rostros, también. No sé si es un castigo divino por no morir, pero es aterrador ver las caras de mis vecinos, antes sonrientes  y agradable, ahora  trastornadas en muecas de sufrimiento y pena eterna. Mi madre ya está aquí, con mi padre y mi hermano. Sé que de algún modo me llaman a seguirlos. Me susurran quedamente “Atsintli… La tierra se ha poblado de una maldad muy grande. Ven con nosotros… no te abandonaremos, pues esta tierra está ya maldita y nada bueno saldrá para ti… Atsintli, Gota de agua…Ven” Y sé que ellos tienen razón, que ya nada nos queda, que ya todo me lo han quitado. Sé que de aquí no puedo salir, sé que de aquí no querré salir  a ver como esos hombres siguen matando y robando lo que no les pertenece, destruyendo todo a su pasó, dejando que la ambición los consuma como una llama consume la mecha de una vela. Moriré en el cenote, velando a mis muertos, dándoles el luto que merecen, mostrando el respeto a sus restos que no les mostraron sus asesinos en vida. Moriré y a mi ausencia acudirá pronta la decadencia y consumirá nuestra tierra, dejándola seca, estéril y pobre.  Moriré entre ellos, entre nosotros. Moriré para ellos. 


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