Hola chicos:
Volvemos con el capítulo 3 de El hombre de las sombras, espero les guste:
Una noche mas que negra
¡Pum! El portazo de la puerta de
entrada sofoco un poco las frases que rondaban mi cabeza. Estaba muy enojada y
me sentía tan traicionada que camine
directo al viejo sillón de pasillo y empecé a golpearlo con mis pequeños e
insensatos puños; aunque enclenque, podía dañar
fuertemente si me lo proponía, sin importar que eso significara dañarme
a mí misma. David era un desquiciado, no por el hecho de que no me viera como
su amiga, sino porque yo misma deje que me doliera tanto, después de haberme
jurado tirada en mi cama que nunca jamás nadie me iba a volver a dañar, que no volvería a tropezar con la
misma piedra.
Porque ya antes había tropezado
con una piedra. Se llamaba Antonio y era genial al principio. Nos llevábamos
muy bien, después fantástico, después fenomenal y después increíble. Hasta que
un día deje de ser importante en su vida. Simplemente desapareció. Ya no supe
nada de él y supuse que me había borrado de su vida, así que hice lo necesario
para eliminarlo de la mía.
“-No has hecho bien; a lo mejor
él solo ha tenido malos días”- Me dijo mi único amigo del mundo en una
conversación cualquiera. Pero mi furia no fue sosegada por su sabiduría. No…
Una voz siniestra me susurraba minuto a minuto… “El olvido es el peor de los
castigos”. Y yo había sido olvidada, hecha a un lado y enterrada en un mar de
oscuridad. Así que la única venganza que yo podría maquilar fue la de olvidarlo
también y dejar que el tiempo se encargara de arreglarlo todo. Confía en el
destino y la justicia hará lo suyo a su
tiempo. Y así fue. Al final el chico volvió, tal vez esperando que yo aún
estuviera aquí, dispuesta seguir con el
juego. Pero yo ya no quería y para ser justos, tuve la oportunidad de irme
limpiamente, dejando que el horizonte me
tomara con una ovación. Pero no me fui limpiamente. Y supongo que eso fue lo
que desato todo.
-Mamá, estoy en casa.
Un eco solitario lleno la
casa, una llamada para mi fantasma
personal. Cerré la puerta, deje mis cosas en la sala y me fui a la cocina,
muerta de sed. Mi madre estaba trabajando, seguramente, y no abrina nadie en casa,
puesto que ella llegaba a las 10 de la noche si quería tener un turno doble. Y
mama siempre quería, porque n soportaba llegar a la casa y mirarme. Una vez, mientras tomaba unas copas de más me
confeso que mi rostro le recordaba mucho a papá, algo sumamente doloroso para
ella. Así que no la culpaba por querer
huir de mí. “Mamá, te mereces algo mejor” Pensé mientras tomaba la jarra de la
mesa y me serbia un gran vaso con agua.
-¿Sedienta?
Una voz surgió justo detrás de mí
mientras el cielo se ponía oscuro y el aire se enfriaba repentinamente en la
habitación. Era una voz gruesa y
profunda que llenaba toda la habitación, una voz potente que te obligaba a obedecer si lo pedía. Sostuve el vaso frente a mis labios,
congelada ante el terror de esa voz, cuyo dueño solo podía ser una persona. O una cosa.
El sudor hizo su aparición en todo mi cuerpo y mi corazón bombeaba fuertemente.
Estaba muerta de miedo. El silencio era sepulcral y, a pesar de lo frio que
estaba, sentía un halo de calor que se colocaba justo detrás de mí. “Esa voz no
tiene rostro”, pensé sin pensar, consiente que ante aquella situación mi mente
solo podía recurrir a algo que no tenía sentido. Ya no importaba David, Antonio
o mi padre. Inesperadamente agradecí que
mi madre estuviera trabajando y no en la casa; es increíble lo que llegas a
pensar cuando el miedo te tiene acorralada. No respiraba y estaba ya tan
mareada que parpadear me hacía dar vueltas y más vueltas. Las sombras lo cubrieron todo; mire el vaso
que pendía ante mi boca: El agua estaba caliente.
-Odio cuando pasa eso. Y es que,
la verdad, llevo mucho tiempo sin beber agua fresca.
Una mano enguantada paso por mi
cuello y se deslizó hasta el vaso que sostenía. Estaba helado. La mano tomo mi
vaso y al contacto el agua empezó a hervir. Impresionante. Mis brazos fallaron
y cayeron junto a mis costados. El vaso desapareció por donde vino. Todo me
daba vueltas. Oí claramente mientras daba sendos tragos profundos, seguido de
un resoplido ardiente que me abrazo la nuca.
- Tal vez no lo sepas, pero los
humanos suelen respirar.
Aun conteniendo el aliento, me
gire lentamente mientras bajaba la mirada: lo primero que vi fueron sus negros
zapatos, brillantes, lustrosos y grandes, seguidos de un pantalón oscuro. Traía
una gabardina, negra también, y después su rostro. Eran sombras. Y ahí estaban
los 2 puntos rojos que me habían mirado esa misma mañana, clavados sobre mí,
expectantes. Solté el aire que tenía en mis pulmones lentamente, pero no volví
a inhalar. Abrí mucho los ojos y los clave en los suyos, muerta de miedo. Olía
a fuego. Era un aroma denso, ardiente y sofocante que envolvía a aquel ente.
Abrí la boca y aspiré tanto que mis pulmones me dolieron, tanto que creí
romperme las costillas. El ente sonrió
cuando con un débil susurro le di el nombre que tanto esperaba oír:
-El Hombre de las sombras.
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Tarde mucho tiempo en
acostumbrarme a lo que veía. El hombre de las sombras estuvo ahí, justo delante
de mí, hasta que logre serenarme y respirar a intervalos. Era una visión
impresionante: Negra y delineada, su silueta era la sombra que reinaba sobre mi
pequeña cocina. No dijo nada más, tan solo se hecho hacia atrás y siguió
observándome. Al principio estaba en
shock; luego trate de convencerme de que solo era una alucinación, un invento
de mi tonta mente que me jugaba una treta víctima del estrés acumulado. Luego pensé que era un ladrón que se había metido a la casa. Pero no estaba
estresada ni el ladrón había hecho nada. Lo que tenía delante era algo irreal
pero tangible, así que tome el control de mis locos sentidos y, pese a todo lo
que hubiera pensado, me serené y logre decir unas cuantas palabras.
-¿Qué quieres?
No hubo respuesta, solo una
delgada línea grisácea que simulaba una boca se hizo notoria. Entonces razone:
Si esa cosa hubiera querido hacerme algo ya lo hubiera hecho. Y si no quería matarme, ¿Por qué no decía nada? La
línea se ensanchó y casi podría asegurar que la figura asintió levemente.
-¿Deseas un vaso con agua?
Mi cerebro me había traicionado;
después de tantos años de educación y de cortesía, las costumbres me habían
salido en el peor de los casos. “Mi madre estaría orgullosa” Pensé mientras
bajaba la mirada y contemplaba mis zapatos.
-Me apetecería mucho, Carolina
Ávila.
Pasa algo curioso cuando te
acostumbras al miedo, y es que las cosas más sorprendentes te hacen actuar de
manera normal, como si tu cerebro quisiera fingir que no pasa nada, que
realmente no estás en peligro de muerte. Me gire dócilmente para tomar otro
vaso de la repisa y llenarlo con agua.
-Pocas personas ofrecen agua al
demonio Carolina. En realidad, no hay evidencia de que alguna otra lo haya
hecho en la historia. Jamás.
-¿Cómo sabes mi nombre?
Mi mente se negaba entender todo
lo que él decía; no así lo guardaba mi memoria cuidadosamente.
-Lo sé todo de ti, Carolina Ávila,
hija de Pamela Cortez, juego de David Serrano,
amiga de Sarai Ruvalcaba y olvido de José Ávila.
Vertí el agua en el vaso y me
gire rápidamente. Que el miedo estuviera presente no significaba que solo
pudiera tener ese sentimiento. La furia
me saco un poco del letargo del temor,
rompiendo un poco mi servil trato.
-Yo no soy juego ni olvido de
nadie.
Le tendí el vaso fieramente y le
mire a los ojos. Lo tomo con lentitud y lo levanto ante mí. Sorprendentemente
el agua se había tornado fría, helada como si
estuviera a punto de congelarse. La expresión de él no cambio para nada.
Ronroneó un suspiro y bebió todo el contenido del vaso de un solo golpe.
-Sorprendente. Así que así tenía que ser…
El miedo se iba disipando poco a
poco, así que me sentí más valiente como para volver a preguntar:
-¿Qué es lo que quieres?
-La paciencia es una virtud,
Carolina.
-Las virtudes no son tu
especialidad precisamente- De haber estado tranquila y serena nunca en mi vida
habría dicho semejante estupidez, pero el miedo y la furia me tenían fuera de
mis casillas y la verdad es que el teatrito que tenía montado delate ya me
estaba hartando- Quiero respuestas ahora.
-¿Qué que quiero? Pues es muy
fácil Carolina. Te quiero a ti.
-¿Qué quieres de mí?
-No… nada de ti. Te quiero a ti.
-Y un cuerno… Vete al infierno.
-Tú ven al INFIERNO.
La habitación estallo en llamas
de repente y un ruido infernal lleno todo el lugar. Eran gritos de algo, algo que estaba entre las llamas que de
pronto inundaron la cocina. Me calcinaba, me quemaba mientras esa figura con su
estúpida gabardina me miraba mientras
unos horrendos dientes aparecían en su rostro.
- ¡Ven al infierno Carolina!
¿Acaso no es lo más divertido del mundo?
-¡No! ¡Para, para por favor!
-¿Qué pare? – Una carcajada
sobresalió de entre el ruido infernal que llenaba la habitación. Me agache
buscando refugio, pero todo está ardiendo- Eso es lo que le decías a Antonio
cuando te pedía volver, ¿no es cierto?
Decía “No digas eso, para, podemos intentar andar”. Pero tú no querías
parar. Querías que le doliera, querías que sufriera como tú habías
sufrido. Y le dejaste intentar solo para
asegurarte que fallara, solo para
hacerlo caer de lo más alto. ¿Verdad?
-¡Mentira!- Sollozaba desde el
piso, gateando fuera del alcanza de las
llamas. Pero las llamas me perseguían, seguían mis movimientos, causándome
daño. Las llamas hacían que su sombra se extendiera malévolamente sobre la
pared y el techo, creciendo incansable.
- Y qué me dices de tu padre. Lo
cansaste. Se fue porque eras una molestia, una piedra en su zapato. Tu pobre madre no para de llorar todas las
noches. Pero no tengo que decírtelo, ¿Verdad? Porque lo sabes, la escuchas
siempre y te preguntas porque llora. Pues es por ti y por tu causa, Carolina.
-¡Cállate!
-Y no me hagas hablar de David.
Tan sensual. Tan ardiente. Tan lejos de tu alcanze. ¿Sabías que no vales nada
para él? El solo busca tu cuerpo y nada más. Tu mente es un basurero asqueroso
que no le interesa…
-¡Cierra la boca¡
Una rápida ráfaga de viento se
llevó las llamas los gritos y el calor mientras yo encaraba al hombre de las
sombras. Estaba enojada, ofendida y dolorida,
lista para saltar sobre de él y matarlo con mis propias manos si era
necesario. El silencio si hizo profundo y nuestros ojos se miraron largamente. Al final él rio,
primero por lo bajo y luego más y más fuerte, hasta convertirlo en una horrible
carcajada que resonó por toda la casa. Callo y me miro a los ojos, esperando.
-Ven al infierno, no a pagar tus
pecados, sino a castigar a otros.
-¿Qué?
“Tentador” Dijo una voz en mi
cabeza, imaginando el poder que podía tener
si aceptaba el trato. “No. El infierno es malo”. ¿Qué decía la biblia de
todo esto? Los pecadores sufren. No hay nadie que no pague por ello.
-¿Por qué yo?
-Tienes suerte.
Tal vez eso era cierto. Después
de todo no había sido una buena persona. Mi madre lloraba por mí y nadie
pensaba que yo valiera la pena. Nadie.
-Ven y trabaja para mí. Se mi kaos y tendrás todo lo que siempre
quisiste.
Las personas eras horribles en la
tierra. Más de una me había decepcionado, herido, lastimado o castigado.
Merecían todo lo que les pasara. El infierno estaba ahí por algo ¿No? Y ellos
irían ahí por su propio pie, no por la culpa mía.
-Deja de ser miserable.
“Un momento. ¿Miserable yo?”
Entonces el encanto se rompió, dejando que la realidad me envolviera de nuevo.
No iba a ir al infierno. ¡Por dios, ni siquiera era una pecadora sin perdón!
Era una chica, y nada de lo que el hombre me dijera me llevaría al infierno. Llena de decisión le
mire a los ojos y susurre.
-No iré al infierno.
Sus ojos rojos cambiaron de color
a los de un negro profundo, convirtiendo su rostro en un velo oscuro.
Repentinamente la habitación se enfrió y el silencio reino. Ya solo podría ver al hombre de las sombras
frente a mí, inmóvil, como si fuera solo una estatua. Temí lo peor mientras el
tiempo pasaba, segundo a segundo, frente a nosotros. Al final su voz retumbo en
mi cabeza.
-Aceptaras ir al infierno antes
de que el sol salga 3 veces.
Un segundo después la habitación
se incendiaba furiosamente y los gritos me taladraban la cabeza. Creí que
realmente estaba en el infierno, que realmente me había llevado ahí a la
fuerza. Maldije en mis adentros por ser
tanto tonta y retar al mismo diablo a no hacer su voluntad. Me sentí estúpida.
Me creí muerta y perdida. Creo que hasta llore.
-Carolina, ¿Has roto ese vaso?
Volvía a estar en mi cocina,
intacta como si nada hubiera pasado. Estaba poco iluminada, pues ya era de
noche y tenía frente a mí el vaso
intacto en el que había bebido agua. Parpadee confusa y mire a mi madre, que me
lanzaba una mueca de desaprobación.
-No está roto.
Así que todo había sido un sueño.
Mi imaginación, loca por el cortón de David, había hecho que una fantasía me
llevara lejos de la realidad, donde había conocido al diablo y había rechazado
su oferta de poder. Sonreí aliviada. Mi mente era muy poderosa.
- No ese, el que está en el
suelo. ¿Tenía una veladora o qué? Este todo tiznado.
Gire en redondo y vi el vaso
chamuscado. Reí ligeramente. Después todo se puso negro.
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